Inseguridad Ciudadana en Lima: Un Desafío Multisectorial
- Alfredo Arn
- 7 abr
- 2 Min. de lectura
La inseguridad en Lima ha escalado a niveles críticos, afectando no solo la integridad física de los ciudadanos, sino también pilares fundamentales como el transporte, la salud, la educación y el comercio. Según encuestas recientes, el 80.2% de los limeños identifica la inseguridad como su principal preocupación, un aumento de 9.3 puntos porcentuales desde 2023. Este fenómeno se vincula al crecimiento del crimen organizado, la corrupción institucional y la falta de políticas efectivas, generando un círculo vicioso que debilita el desarrollo social y económico.
El sector transporte es uno de los más golpeados, con extorsiones, asesinatos de conductores y paros que paralizan la ciudad. Solo en abril de 2025, el asesinato de un chofer en Los Olivos desencadenó un paro nacional, evidenciando la vulnerabilidad del gremio. Además, el 60.3% de los limeños está insatisfecho con el servicio, que ya enfrentaba problemas de congestión y informalidad. La inseguridad no solo limita la movilidad, sino que incrementa los costos operativos de las empresas, que destinan hasta el 10% de sus ventas a seguridad privada.
La exposición constante a la violencia genera trastornos de ansiedad, insomnio y depresión en la población, según especialistas. La hipervigilancia y el estrés crónico derivan en enfermedades cardiovasculares y digestivas, agravando la carga sobre el sistema de salud. Casos como el del vocalista Paul ‘Russo’ Flores, asesinado por extorsionadores, intensifican la percepción de vulnerabilidad. Este clima de temor reduce la productividad laboral y limita actividades cotidianas, deteriorando la calidad de vida.
La inseguridad también se siente en las aulas; 300 colegios privados cerraron por extorsiones, mientras docentes en zonas como La Libertad pagan "peajes" para acceder a sus centros de trabajo. Universidades como San Marcos han adoptado clases virtuales durante protestas. En el ámbito comercial, el crimen organizado infiltró el 60% de la economía informal, vinculada a narcotráfico y minería ilegal, con pérdidas equivalentes al 3.5% del PBI. Pequeñas y medianas empresas gastan recursos en seguridad, mermando su rentabilidad y desincentivando la inversión.
La desconfianza en la Policía Nacional (solo 29% de aprobación) se agrava por equipos obsoletos, 40% de las armas policiales tienen más de 25 años. Medidas como estados de emergencia son criticadas por su ineficacia, mientras vecinos organizan patrullajes y exigen cámaras de seguridad. La academia propone soluciones interdisciplinarias, desde inteligencia artificial hasta reformas legales, pero falta articulación estatal.
Es necesario un enfoque multisectorial que combine tecnología, prevención y participación comunitaria. Iniciativas como las "unidades de flagrancia" o denuncias digitales son pasos necesarios, pero insuficientes sin combatir la corrupción y la desigualdad. La inseguridad en Lima no es solo un problema policial, sino un reflejo de fracturas sociales que demandan pactos entre Estado, empresa privada y sociedad civil para reconstruir la confianza y garantizar derechos básicos.
Lima enfrenta una encrucijada: la creciente criminalidad exige acciones inmediatas, pero estas deben evitar sacrificar derechos fundamentales. La combinación de fortalecimiento institucional, inversión en prevención y empoderamiento ciudadano —como las juntas vecinales— parece ser el camino más viable. La inseguridad no es solo un problema policial, sino un reflejo de fracturas sociales que demanda medidas aisladas, sino con un pacto entre Estado, empresa privada y sociedad civil para reconstruir la confianza y garantizar derechos básicos.
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